Apreciado don Arturo,

Debo reconocer que en los tuits precedentes se lee una muy buena respuesta a una muy mala pregunta. Porque roza la evidencia que nosotros los vivos, en general, no podemos responsabilizarnos de los actos que perpetraron nuestros antepasados. Ni mucho menos aceptar, por este motivo, un ataque verbal como el del señor Sánchez.

Esta reflexión que inicio, escrita a modo de entrada en un blog que pretendía efímero, viene a colación de un tuit suyo posterior a los cuatro iniciales, en el que describe como desinformados y tontos aquellos que hablan de genocidio cuando aluden a los hechos acaecidos a partir del 12 de octubre de 1492. Y, añadido, vincula este tuit a aquellos anteriores, referidos a su entrevista con el señor Sánchez.

Yo parto de la base que soy un desinformado potencial (lo de tonto lo pongo en duda por una cuestión de férrea autoestima). Y asumo que así sea. Por eso cuando dudo y me siento desinformado, sobre todo en este tema, recurro a los referentes durante mi época de aulas, aquellos que con sus estudios y su metodología (científica, por cierto) han conseguido realizar aportaciones de lo más valiosas al estudio de tiempos pasados. En mi caso, tengo unos cuantos referentes, aunque citaré a dos que son los que más me ayudaron a ampliar mis conocimientos: Miquel Izard y Javier Laviña.

Evito citar sus obras y estudios, para esto ya existe Google, además del enlace, contenido en sus nombres, que redirige hacia un espacio que recoge información sobre su labor. Pero, por si no les conociese, válgame ofrecerle este ensayo a modo de ejemplo y recomendación (sirve perfecto como resumen, puesto que está escrito por ambos): Maíz, banano y trigo (EUB S.L., 1996).

En ningún caso pretendo argumentar que estos dos historiadores se encuentran en posesión de la verdad absoluta. Mi intención es poner en valor su trabajo y obra como personas que considero informadas de forma relevante y que se esfuerzan para ofrecer un poco de luz a aquellos que, interesados profundamente por estas temáticas, nos sentimos a la sazón desinformados.

Y ese trabajo pone de relieve que en la historia de la colonización española de las Américas existen, como mínimo, claroscuros.

Estos claroscuros, que no quiero entrar a discutir puesto que este no es el motivo de mi misiva, condicionan sin duda la elección del día 12 de octubre como día del amor a la patria. Porque es evidente que ese día genera controversias y rechazo en cierta parte del pueblo español, esté desinformada o no, a causa de los argumentos que ponen con elocuencia encima de la mesa muchos estudiosos de la historia, entre ellos los dos citados.

Pero además y sobre todo, aludiendo a sus tuits, porque nosotros no somos responsables de lo que hicieron nuestros tatarabuelos (y estoy convencido que el mío -quien seguramente empezó el comercio con las Américas mucho más tarde que los castillanos puros- hubiese hecho exactamente lo mismo que ellos, por convención y comportamiento de época); pero sí que somos responsables de nuestras decisiones sobre aquellas efemérides que decidimos celebrar (y sobre las justificaciones que de ellas se derivan). Y esta efeméride, quizá, no merece ser celebrada a la semiluz que ofrecen los claroscuros, puesto que este día de orgullo patrio debería generar mayor consenso que el que destila en la actualidad.

Es por eso que, finalizando ya y aprovechándome de su atención, deseo tomarme una pequeña libertad para poder lanzar al aire una propuesta.

En mi país, el día elegido para la celebración nacional sirve para conmemorar la derrota en una gran batalla (a mi me gusta pensar que fue la dolorosa derrota de una de las muchas batallas que se han librado -y que aún se tienen que librar- para ganar la guerra). Y tengo la impresión que recordar una derrota sirve, y mucho, para reforzar la unidad nacional.

Por lo tanto, quizá fuera conveniente, visto que muchos nos esforzamos en destacar que no somos tan distintos unos de otros, proponer una nueva fecha para la celebración del día nacional español, basado en la anterior sugerencia. Y una efeméride destacada podría ser, por ejemplo (cae en periodo vacacional pero el amor a la patria no entiende de este tipo de banalidades), el 8 de agosto, conmemorando una batalla perdida, dentro de una guerra ganada.

Estoy convencido que una celebración de esta índole generaría mayor consenso, además de abrir una puerta inclusiva, en las demostraciones de fuerza, a los poderosos buques de la armada (que, seamos sinceros, se hechan de menos en los desfiles).

Aunque seguro que podríamos convenir otras fechas. En todo caso, no me alargo más. Sinceramente agradecido por su atención.

Un cordial saludo,